Esta lesión afecta, sobre todo, a aquéllos donde el tren inferior está sometido a continuos sobreesfuerzos y cambios bruscos de ritmo o dirección del movimiento, como ocurre en deportes como el fútbol, el baloncesto, el esquí o las artes marciales, entre otros.
La lesión de estos ligamentos se produce tras un cambio brusco de dirección de la rodilla, una desaceleración exagerada o una contusión. Un caso típico es, cuando se apoya mal la pierna tras un salto o cuando se frena precipitadamente durante una carrera.
Los principales síntomas cuando un deportista sufre una rotura del ligamento cruzado son:
- Un chasquido.
- Un intenso dolor en la zona.
- Dificultad cuando trata de apoyar la pierna, llegando incluso a no poder usarla para desplazarse.
- Inestabilidad en la articulación de la rodilla.
- Cierta inestabilidad en la marcha.
Cerca del 70 % de los deportistas sufre un derrame hemático (de sangre) en las 24 horas siguientes a sufrir la lesión.
Para determinar si el deportista sufre una rotura de ligamento cruzado suele realizar la prueba del cajón anterior: Con la rodilla flexionada a 30 grados, el terapeuta se arrodilla junto a la parte externa de la pierna afectada, con una mano estabilizando el muslo y con la otra realizando una tracción suave sobre la región proximal de la tibia. Existe desgarro del LCA, si i la tibia se desplaza hacia delante.
El tratamiento de esta lesión dependerá del grado de la rotura llegando incluso a la intervención quirúrgica y el cese de la actividad deportiva durante varios meses.